sábado, 26 de julio de 2014

¿Quién es el sordo?

    ¡Ay Facundo, no cantes más por favor! ¿No te escuchas vos? ¿O sos sordo? Cuántas veces oí frases como esta, y tantas veces más las voy a escuchar..
     Porque claro, la afinación vocal no es uno de mis dotes más preciados, eso cualquiera que me haya escuchado hablar siquiera, puede dar fe. Pero bueno, al parecer Dios no me  concedió el don del canto, pero sí que heredé el goce por cantar; porque ah, cuando canto, que placer!   Cuánta energía emanada, cuanta renovada.. qué libertad!
     Pero ¿y los pobres que tienen que escucharme? ¿Quién se apiada de ellos? Pues ellos mismos. Porque podrán tildarme aquí de egoísta, pero yo me preocupo por mí mismo, antes que todo; y canto porque me da placer y que perdonen aquellos que me han de soportar. Porque, ¿Qué sería de nosotros si tan solo hiciéramos aquellas cosas para las cuales estuviéramos altamente calificados? O mejor dicho, si tan solo hiciéramos aquellas cosas que los demás nos dijeron que podíamos hacer porque lo hacemos como la sociedad dice que se debe de hacer, porque es lo “normal”, es de la forma en que “está bien hecho”.
     Si hiciéramos una lista de las actividades diarias que realizamos, y nos pusiéramos a rescatar de dicha lista tan sólo aquellas que desempeñásemos a la perfección, tal y cual coincide la sociedad que “se debe de hacer”… Si fuésemos objetivos, veríamos que muy pocas, por no decir casi ninguna de estas actividades, son rescatables. Pero realizamos todas las tareas igualmente, porque nos gusta hacerlas, y porque las hacemos de la forma en que mejor nos sale, y listo.
     De modo que igualmente vamos a jugar al futbol con amigos, aunque no seamos Maradona; y también estudiamos en la universidad, aunque no seamos Einstein. Tenemos hijos aunque nadie nos haya enseñado a ser padres, es más, tenemos padres sin que nadie nos haya dicho cómo ser un buen hijo. Hablamos el idioma español y en vez de decir “para” decimos “pa”;  y en lugar de decir “viste” decimos “vistes”. Y para escribir nos tomamos aun mas libertades, y no hacen falta aquí ejemplos pues los conocemos y de sobra. Y tantas otras actividades que forman parte de nuestra vida cotidiana, y que simplemente las hacemos por el placer de hacerlas; aunque no seamos los mejores amantes, o no?
     Me pregunto entonces, ¿Por qué no entendemos que el otro canta por el placer de hacerlo? ¿Por qué no admiramos su habilidad para soltarse y dejarse llevar por lo que siente? Pero no, claro, es mucho más fácil sentarse a juzgar y criticar; a pensar “¿por qué no se dará cuenta éste o aquel, que están haciendo las cosas mal?” Pretendemos cambiar al otro pero no somos capaces de mirarnos para comprender cuánto tenemos que cambiar nosotros mismos. Pero claro, en nuestra cabeza somos perfectos, hacemos todo bien; los que están mal son los otros. Y así vamos, dejándonos enceguecer por nuestra propia cabeza. Porque así se rige nuestra vida, por la mente. Creemos que el centro de nuestro propio universo está en nuestra mente, pero esto es un error, porque el sol de nuestro universo es nuestro corazón. Pero al dejamos guiar por nuestra mente, es cuando surge la desconexión entre la mente y el corazón; y ahí aparece el ego, el    corazón se aburre, y sobreviene la enfermedad.
     Lo  bueno es que la decisión de empezar a escuchar a nuestro corazón, antes que intervenga la cabeza, es nuestra, es tuya. ¿Qué vamos a decidir entonces? ¿Vamos a continuar escuchando a nuestra mente, o vamos a empezar a prestarle más atención a la sabiduría de nuestro corazón?
     Por mi parte ya tengo una decisión tomada…

 

martes, 22 de julio de 2014

El Cambio




     Definitivamente, para solucionar los problemas sociales, hace falta más y mejor educación. Como sociedad civilizada que somos, no podemos permitirnos, en pleno siglo veintiuno, tener en el propio patio de nuestra casa a familias enteras desprovistas de las necesidades más básicas. Algo tenemos que hacer.
     Por lo pronto, y no es poca cosa, nos tomamos el trabajo de clasificar nuestros desperdicios para que a ellos les sea más fácil rescatar las migajas que los ayuden a sobrevivir. Y como si eso fuera poco, también les permitimos acercarse a nuestras iglesias y centros de caridad para que puedan manotear algunas de las ropas que nosotros mismos dejamos allí, porque ya no tenemos lugar en nuestros roperos para amontonar las prendas nuevas que vamos adquiriendo.
     Pero al parecer nuestra decencia y bondad, incluso nuestra más sagrada misericordia, no son suficientes para que ellos tengan una vida medianamente digna. ¡Acá hace falta educación! Y para eso necesitamos (y por suerte ahora los hay) gobiernos que se ocupen más seriamente de esta gente; alguien que los contenga, los controle, los eduque. Así, de esa manera, vamos a poder incluirlos de a poco en nuestra sociedad; o quizá, mejor aún, ellos mismos puedan erigir su propia sociedad que se asemeje a la nuestra y así todos vamos a poder vivir en paz. Porque como viene la mano, con esta gente en esas condiciones, no hay quien duerma tranquilo en esta ciudad. De manera que, insisto, hay que educarlos para que adquieran las bases y condiciones necesarias para ingresar a nuestra civilización. Necesitan aprender a comportarse, aprender a convivir, a respetar al prójimo, a no tomar lo que no les pertenece. Deben aprender a controlarse, a ubicarse y a desenvolverse normalmente en una sociedad civilizada. Además, claro, de la formación institucional tal y como la conocemos; es decir, esa socialización que necesitan estos individuos, para que asimilen y aprendan los conocimientos que impliquen una concienciación cultural y conductual acorde a los modos de ser de toda sociedad civilizada. Y debemos hacer especial enfoque en los niños, que son los que tienen la mayor posibilidad de salvarse e insertarse en nuestra sociedad, siempre y cuando reciban dicha educación que fomente el proceso de estructuración del pensamiento y de las formas de expresión, para estimular así la integración y la convivencia grupal.
     Y así, en algún momento, podremos tener la vida digna y tranquila que nos merecemos.

¡BASTA!

Como dijo Calle 13 “..si quieres cambio verdadero, pues, camina distinto..”


     ¿Hasta cuándo nos vamos a fumar el camino flechado en dirección Norte? Demos vuelta el mapa patas arriba y empecemos a caminar en dirección al Sur, que quizá descubramos la otra cara de la moneda.
     Hace más de veinte años que vengo escuchando el mismo discurso acerca de la educación, pero ahora me pregunto:
¿Quién dijo que los únicos que necesitan educación son los excluidos y olvidados? ¿Qué hay de los supuestamente bien educados?
     Tal vez sean ellos quienes más necesiten ser re-educados. Para que aprendan a tolerar, para que aprendan a incluir, a respetar a todos y todas; para que empiecen a comprender. Porque evidentemente necesitan comprender que el problema no radica en los marginados; ellos son el resultado que arroja el problema. Y dicho problema está instalado en las mentes de quienes se creen más y mejores que el resto; ellos que se creen los únicos dignos de ser, de estar, de pertenecer.
     Entonces, deberíamos plantearnos nuevas propuestas de solución, y empezar a educar a estas minorías que pretenden adiestrar al resto, sin darse cuenta que ellos mismos fueron adiestrados por el capitalismo más voraz, por el ego mas altanero.
Pero claro, estamos acostumbrados a hacer todo como siempre se ha hecho, y tenemos miedo de cambiar, no vaya a ser cosa que nos demos cuenta que estábamos equivocados, que estábamos viviendo una mentira. Humildemente creo que el precio que hay que pagar para ver la otra cara de la moneda, es infinitamente inferior al precio que estamos pagando por vivir con los ojos vendados.
     Debemos tener en cuenta, para finalizar, que el cambio empieza por uno mismo, sigue por casa, se expande en las aulas, y se ve reflejado en la sociedad.

lunes, 21 de julio de 2014

Tra(d)iciones


     Acostumbrados estamos, claro está, a reafirmar consciente o inconscientemente, las tradiciones. Porque ¿cómo se ceba un buen mate si no es con espuma y sin derribar montañita alguna? ¿O habrá tradición familiar más cálida que salir de pesca con mi viejo y el abuelo? Por eso mismo yo saldré a pescar con mis hijos y mis nietos (o peor aún, a cazar).
Tradición picarona aquella parvada de niños con sus ondas cazando pajaritos. Y otras no tanto, como la clásica tradición de “mientras vivas bajo mi techo, vas a hacer lo que yo te ordene” aunque eso no te haga feliz, me va a hacer feliz a mí.
     Ah no, pero las tradiciones que si o si hay que conservar, y gracias al cielo que aun existen gauchos de los buenos, son las domas y jineteadas, entre otros espectáculos (si se los puede calificar como tal) que se brindan en las fiestas criollas. Imponentes caballos mostrando toda su bravura, al ser azuzados por las espuelas por supuesto.
     Pobres pingos, tan maltratados por quienes intentan mantener vivas nuestras raíces. Cuánto mejor cuidados están los caballos de carrera en sus establos, ¿verdad? Puaj! Eso ya pasa de tradición y es meramente un negocio, con esos animales de músculos de acero logrados a base de inyecciones, y exigidos físicamente hasta el agotamiento, con el fin de saquearles los bolsillos a las damas y caballeros más distinguidos.
     Pero si de nivel hablamos, no nos quedemos en las tradiciones sudamericanas, por favor, que no son más que símbolos de barbarie ya casi extintos. Mejor vayamos hasta Europa, ahí se respiran aires de primer nivel y pueden apreciarse tradiciones de las más respetables; como la famosa corrida de toros, o la espectacular tauromaquia. Acá si, doblemente puaj!
     Pero no toda tradición es tan repugnante, las hay bellas y tiernas también, como la de formar una familia y que llegue el primer bebé. Si estamos en Argentina, esa criatura llevará el apellido del padre ¡por supuesto! Pero si estamos en Uruguay, el bebé llevará primero el apellido paterno, y luego el materno; porque en tierras charrúas se acuerdan cada tanto de la mujer. Y de Brasil ni acordarse, porque allá los niños llevan primero el apellido de la madre ¡qué horror! ¿Dónde se ha visto que el padre pierda el poder sobre sus hijos en esa forma? Porque ¿Qué ha hecho la mujer para que sus hijos lleven primero su apellido? Si es el hombre el que las fertiliza y les da la posibilidad de ser madres. Ellas tan solo lo llevan dentro suyo durante cuarenta semanas, y dan a luz, y los alimentan durante los primeros años de vida… Pero los hijos son propiedad del macho y por tanto deben de llevar su apellido, eso siempre y cuando al padre no se le haya dado por desaparecer y nunca más volver.
De igual forma siempre es importante mantener vivas las tradiciones, o así lo dicen al menos las familias más conservadoras, acostumbradas generación tras generación a votar al mismo partido y alentar al mismo equipo cada domingo. Y pobre de aquel miembro de la familia que ose romper con dichas tradiciones, porque será expulsado del clan!
Claro, las tradiciones no nos permiten salirnos de lo preestablecido, de lo ya conocido. Nos impiden zafar del “esto es así porque siempre ha sido así”. De manera que si alguien te convida un mate “lavado”, uno puede rechazarlo con total soltura porque un mate en dichas condiciones, es un mate “mal cebado”. ¿Perdón? Mal cebado para usted señora! A mí me gusta así, lavado y frío, y sin bombilla! ¿O desde cuándo uno no puede tomar el mate sin bombilla? Ah sí, claro, desde que la tradición dictaminó que el mate se toma con bombilla. Perdón, no vuelvo a pretender salirme de mis límites impuestos por la sociedad.

Así funciona, así funcionamos..

Entonces, más allá de todo lo positivo que tienen muchas tradiciones, ¿no son éstas, en algún punto, meros encapsulamientos de las mentes, para que no pensemos por nuestra propia voluntad? Porque la tradición es justamente eso, algo que siempre se ha hecho de una forma determinada, y que perdura en el tiempo porque las generaciones las aceptan y las reproducen mecánicamente, automáticamente; sin cuestionamiento alguno.
Y a mí me gusta cuestionar, entonces me pregunto ¿son tradiciones? ¿O serán traiciones?
Traiciones a nuestro intelecto, a nuestra libertad de pensamiento, de acción, de expresión. Es decir, ¿las tradiciones no serán traiciones a nuestra propia naturaleza de homo sapiens?

martes, 15 de julio de 2014

¡Viva la Re-evolución!


     Me emociono al reconocer lo pequeño que soy, lo minúsculos que somos nosotros, los seres humanos. Con total soltura y descaro nos despachamos orgullosos frente a nuestros pares para demostrarles que somos una raza superior, y ustedes ahí abajo son inferiores a mí, por supuesto, que soy el inventor de esto o aquello. ¡No inventamos nada señores! Estaban ahí, en el suelo, en la tierra, el hierro y el cobre que nosotros simplemente fundimos entre sí para dar lugar a la llegada del acero. Vaya invento del ser humano, aplicó plusvalía. Repito, ¡no creamos nada señores! Nos adaptamos y evolucionamos de manera verdaderamente asombrosa, es cierto, pero no somos lo superiores que creemos ser. Porque no comprendemos, claro; me rehúso a admitir que el de al lado es igual a mí, que es como yo, es un poco yo… y yo soy un poco él, y ambos somos un poco vos. Porque todos venimos del mismo lugar, tenemos internamente la misma energía, esa que está en todo y en todos. Porque los animales y las plantas provienen también de la misma fuente, porque sabido es que nuestro ADN coincide en un punto con el ADN del gusano. Y no lo vemos, no lo queremos ver. No queremos comprender. Ah, porque el día que comprendamos…
     No tengo nada en contra de nadie, y a todos y todas respeto y abrazo; pero ¿qué me vienen a hablar de revolución? Revolucionarnos, revelarnos, ¿frente a quién? ¿Pelearnos contra quiénes? ¿Apoyar a cuáles otros? ¿Eso es revolución? Eso no es revolución, eso es matarse los unos a los otros. Es esa misma mecánica la que nos puso un techo y no nos permite seguir evolucionando. No hay que revelarse, hay que abrazarse. La clave no es revolución, la palabra es evolución. Porque revolución sería comprender y luego decidir. Comprender lo  minúsculo que somos, comprender la inmensidad del universo, lo mucho que tenemos por aprender. Y luego decidir dejar de ser. Deberíamos comenzar por aprender a amarnos plenamente, porque sólo desde ese lugar es que podemos amar a todos y todas, a todas las cosas, al mundo en su conjunto con todo lo que contiene, al vasto universo, por igual. Eso señores y señoras es la verdadera revolución, la interna, la que nos permite crecer desde adentro y ¡qué carajo! Ahí no vamos a tener que elegir por un color distinto cada cuatro años, ¡que mierda! Porque mentira que no se puede, sí que se puede, pero tenemos miedo. Y tenemos miedo porque nos falta tener más amor. Porque al final de cuentas, los cuatro pibes de Liverpool tenían razón, la palabra, es AMOR.