¡Ay Facundo, no cantes más
por favor! ¿No te escuchas vos? ¿O sos sordo? Cuántas veces oí frases como
esta, y tantas veces más las voy a escuchar..
Porque claro, la afinación vocal no es uno
de mis dotes más preciados, eso cualquiera que me haya escuchado hablar
siquiera, puede dar fe. Pero bueno, al parecer Dios no me concedió el don del canto, pero sí que heredé
el goce por cantar; porque ah, cuando canto, que placer! Cuánta energía emanada, cuanta renovada.. qué
libertad!
Pero ¿y los pobres que tienen que
escucharme? ¿Quién se apiada de ellos? Pues ellos mismos. Porque podrán
tildarme aquí de egoísta, pero yo me preocupo por mí mismo, antes que todo; y
canto porque me da placer y que perdonen aquellos que me han de soportar. Porque,
¿Qué sería de nosotros si tan solo hiciéramos aquellas cosas para las cuales
estuviéramos altamente calificados? O mejor dicho, si tan solo hiciéramos
aquellas cosas que los demás nos dijeron que podíamos hacer porque lo hacemos
como la sociedad dice que se debe de hacer, porque es lo “normal”, es de la
forma en que “está bien hecho”.
Si hiciéramos una lista de las actividades
diarias que realizamos, y nos pusiéramos a rescatar de dicha lista tan sólo
aquellas que desempeñásemos a la perfección, tal y cual coincide la sociedad
que “se debe de hacer”… Si fuésemos objetivos, veríamos que muy pocas, por no
decir casi ninguna de estas actividades, son rescatables. Pero realizamos todas
las tareas igualmente, porque nos gusta hacerlas, y porque las hacemos de la
forma en que mejor nos sale, y listo.
De modo que igualmente vamos a jugar al
futbol con amigos, aunque no seamos Maradona; y también estudiamos en la
universidad, aunque no seamos Einstein. Tenemos hijos aunque nadie nos haya
enseñado a ser padres, es más, tenemos padres sin que nadie nos haya dicho cómo
ser un buen hijo. Hablamos el idioma español y en vez de decir “para” decimos
“pa”; y en lugar de decir “viste” decimos
“vistes”. Y para escribir nos tomamos aun mas libertades, y no hacen falta aquí
ejemplos pues los conocemos y de sobra. Y tantas otras actividades que forman
parte de nuestra vida cotidiana, y que simplemente las hacemos por el placer de
hacerlas; aunque no seamos los mejores amantes, o no?
Me pregunto entonces, ¿Por qué no
entendemos que el otro canta por el placer de hacerlo? ¿Por qué no admiramos su
habilidad para soltarse y dejarse llevar por lo que siente? Pero no, claro, es
mucho más fácil sentarse a juzgar y criticar; a pensar “¿por qué no se dará
cuenta éste o aquel, que están haciendo las cosas mal?” Pretendemos cambiar al
otro pero no somos capaces de mirarnos para comprender cuánto tenemos que
cambiar nosotros mismos. Pero claro, en nuestra cabeza somos perfectos, hacemos
todo bien; los que están mal son los otros. Y así vamos, dejándonos enceguecer
por nuestra propia cabeza. Porque así se rige nuestra vida, por la mente.
Creemos que el centro de nuestro propio universo está en nuestra mente, pero
esto es un error, porque el sol de nuestro universo es nuestro corazón. Pero al
dejamos guiar por nuestra mente, es cuando surge la desconexión entre la mente
y el corazón; y ahí aparece el ego, el corazón se aburre, y sobreviene la
enfermedad.
Lo
bueno es que la decisión de empezar a escuchar a nuestro corazón, antes
que intervenga la cabeza, es nuestra, es tuya. ¿Qué vamos a decidir entonces?
¿Vamos a continuar escuchando a nuestra mente, o vamos a empezar a prestarle
más atención a la sabiduría de nuestro corazón?
Por mi parte ya tengo una decisión tomada…